jueves, 9 de octubre de 2008


El surgimiento de las Subculturas:

La idea de la modernidad asimilada a la aldea global, del predominio de una sola cultura, en el fondo de una cultura hegemónica, encuentra su respuesta en la aparición de microculturas o microsociedades que empiezan a emerger en las grandes ciudades, alterando el mapa. En el fondo, lo que se intentaba destruir (la variedad cultural) acaba reconstruyéndose o recreándose en nuevas formas de culturas urbanas, en algunos casos contestatarias a la cultura dominante. Estas microculturas, se constituyeron como “tribus urbanas”.
El surgimiento de estas culturas juveniles según autores como Robert Park, se produjo porque la ciudad facilitó la producción de comportamientos desviados, debido al ambiente de libertad y soledad de las grandes urbes, en contraposición a las comunidades rurales donde este tipo de comportamiento no era aceptado y se reprimía. Por lo tanto, la ciudad era el terreno favorable para que se difundiera éste tipo de conductas, mediante un mecanismo de “contagio social” que generaba “regiones morales” donde prevalecían normas y criterios “desviados”.
Desde otra perspectiva, Michel Maffesoli (1988), quien es el primer sociólogo que diagnostica el proceso de neotribalización en las sociedades de masa, va a plantear que el eje fundamental de estas nuevas agrupaciones gravita sobre una contradicción básica y característica de la sociedad moderna: auge de la masificación versus proliferación de micro grupos. Por un lado, la masa carecería de una identidad potente y transparente, como era el caso del proletariado del siglo XIX. Mientras que por el otro, la noción y el fenómeno de las Tribus Urbanas constituyen una respuesta al proceso de “desindividualización”, cuya lógica consiste en fortalecer el rol de cada persona al interior de la agrupación. Asimismo, los valores específicos de estos grupos están asociados:
· Autoafirmación de la subjetividad en y con el grupo.
· Apropiación y defensa de la territorialidad, de la ciudad como espacio simbólico donde se construye identidad.
· Predominio de las experiencias estético/sensibles, lo sensorial (lo corporal, lo táctil, lo visual, la imagen, lo auditivo, etc.).
Ahora bien, desde una impronta Postestructuralista puede visualizarse a las Tribus Urbanas a partir de la constitución hegemónica de un saber metropolitano occidental, que se instala como verdad en el cuerpo social, legitimando la existencia de la segregación/exclusión y el control sobre el “saber tribal” y los “cuerpos tribales”. A este respecto Michel Foucault señala que cada sociedad tiene su régimen de verdad, su “política general de la verdad”: es decir, los tipos de discursos que ella acoge y hace funcionar como verdaderos; los mecanismos y las instancias que permiten distinguir los enunciados verdaderos o falsos, la manera de sancionar unos y otros; las técnicas y los procedimientos que son valorizados para la obtención de la verdad; el estatuto de aquellos encargados de decir qué es lo que funciona como verdadero.” [1]
En este sentido, Foucault privilegia por sobre el saber científico (jerarquizante, totalizante, instrumental y formalista) el saber genealógico (circulante, específico, autónomo, sin pretensiones de verdad absoluta y animo hegemónico sobre otros saberes).
Dicho esto, el saber genealógico aparece en este contexto como un saber local, regional y discontinuo, llamamos genealogía al acoplamiento de los conocimientos eruditos y de las memorias locales. Es decir, lo que se está poniendo en juego -desde este enfoque- son precisamente los saberes corrientemente descalificados desde la jerarquía científica por carecer de una instancia teórica unitaria o de métodos de verificación que legitimen la producción y circulación de su discurso.
Por estas razones es que Foucault habla de la necesidad de recuperar los “Saberes Sometidos” es decir, los saberes de la gente -saberes locales de la gente-, saberes que contienen y guardan la memoria comunitaria, la memoria de los enfrentamientos, de los conflictos, de las resistencias, de las heridas, de la auto-afirmación de la diferencia, etc.
Pero el saber genealógico también supone un saber erudito, meticuloso, histórico, que no tiene por objeto buscar el origen de lo que somos, sino más bien la emergencia de las discontinuidades, las singularidades, las especificidades, los sucesos únicos que expresan una relación de fuerzas que se invierte.
Para Foucault (1987) el poder se ejerce mediante la producción de discursos que se autoconstituyen en verdades irrefutables. La verdad se traduce en ley gracias al poder, pero el poder se reproduce debido a que existe un saber que se erige socialmente como verdad. No obstante este último hecho, no es concebible el ejercicio del poder sin la práctica de una resistencia a ese mismo ejercicio. Vale decir, en la compleja red de poder siempre encontramos una multiplicidad de puntos de resistencia al poder. No existiría una contradicción fundamental o un gran eje donde se exprese de modo irreducible la contradicción. El poder no se encontraría alojado en un ámbito específico, sino que se encuentra ramificado por todo el tejido social. Del mismo modo, los focos de resistencia también se encuentran diversificados y diseminados por todo el cuerpo social. Donde quiera que exista un micropoder instalado socialmente habrá una operación de resistencia a las prácticas de dicho poder.
Así, aparece lo urbano como el espacio paradigmáticamente moderno de producción y reconstrucción de identidades cotidianamente significadas -de constitución de lo simbólico- y que nos remite invariablemente a un registro circunscrito en la dimensión del poder. Vale decir, a un ámbito donde las identidades -en tanto sustratos dinámicos y provisorios de sentido- se ven ante a la necesidad de (re)pensarse/ (re)presentarse incesantemente frente a otras lenguas –saberes- que luchan/compiten por establecer sus propias bases de producción de su actualidad.La praxis de estas Tribus Urbanas no sólo expresa el contenido de los “saberes sometidos”, sino que además constituye el resultado de una operación estratégica más consistente que está dando cuenta de formas de resistencia a la economía de los poderes socialmente legitimados. En otras palabras, agenciamientos, transformaciones del flujo, donde se expresa una política de la experimentación y de producción de la vida. El contenido discursivo presente en estas resistencias es lo que abre la posibilidad de sacarle rendimiento a las “socialidades” emergentes o a las producciones contra-hegemónicas que se desplazan en el campo juvenil actual, donde las dinámicas afectivo/comunicativas generan una explosión de los códigos canónicos del saber/poder a través de manifestaciones como la música o los graffiti. Todo ello con el propósito de que se vayan conformando y fortaleciendo aparatos representacionales críticos a partir del rescate de los léxicos y los discursos juveniles contingentes.

[1] Foucault, M. Microfísica del poder. La Piqueta, Madrid, 1992.

No hay comentarios: